lunes, 1 de noviembre de 2010
EL CONEJO DE ALICIA
Marcos y Pablo, hermanos, eran muy traviesos. Los vecinos estaban muy enfadados con ellos.
Pablo era bajito y delgado; Marcos era alto con la cara llena de granos.
Un martes, después del colegio, cuando ya habían hecho los deberes salieron al jardín de su casa y Marcos leía en voz alta un libro: “Alicia en el país de las maravillas”.
Marcos vio pasar un conejo por entre las matas, y dijo:
- Me gustaría ser como Alicia.
- Pues la tía Wensley tiene un árbol con un hermoso agujero, - recordó Pablo - ¿y si nos metemos dentro?
- Es una buena idea – apoyó Marcos – Preparemos la mochila ¡nos vamos de excursión!
Y así recogieron linternas, una tableta de chocolate para cada uno y 6 zumos para repartírselos. Al cuello, se colgaron su cantimplora llena de agua.
Cuando llegaron llamaron al timbre. Cuando la tía abrió, la saludaron y le pidieron permiso para ir al jardín.
Lo primero que vieron, entre la hierba, fue al conejo blanco de su prima Wendy, que corrió a esconderse dentro de su árbol favorito; bueno, el único árbol del jardín.
Se metieron en el agujero. En realidad, sólo entró medio cuerpo de Pablo, que enseguida gritó:
- ¡Socorro! Estoy atascado, y no puedo salir.
- No te muevas, que voy a tirar de ti– dijo Marcos, mientras tiraba de las piernas de Pablo.
- Tira con más fuerza. – suplicaba Pablo – Tengo miedo.
- Prueba un poco de agua, a ver si te encojes, como le pasó a Alicia.
- No llego a coger la cantimplora. Mis brazos están atascados.
- Voy a buscar ayuda – gritó Marcos, echando a correr.
A los quince minutos volvió con el señor Thomson. Al pedirle ayuda, el señor Thomson preguntó:
- ¿Y por qué os iba a ayudar? Vosotros dejasteis escapar a mis gallinas, soltasteis a mi ganado, destrozasteis mis flores, rompisteis el cristal de mi invernadero, la puerta de mi coche…
Mientras el señor Thomson les decía todo lo malos que eran, se enfadó tanto que se puso rojo, como la reina de corazones. Entonces pensó que lo mejor sería que se le quedase la cabeza dentro para siempre.
- Vale, vale – le cortó Pablo – Ya sé que nos hemos portado mal pero, por favor, tengo la cabeza envuelta en tierra, le prometo que no le volveremos a causar más daño.
Mientras, Marcos asentía con la cabeza.
Los dos tiraron fuerte de Pablo, y éste salió con toda la ropa sucia y el conejo aprovechó para escapar él también.
Cuando le explicaron a su madre lo ocurrido, les castigó un mes sin salir.
El conejo se despidió de ellos, guiñándoles un ojo por la ventana cada día de su castigo.
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